LA VOLATILIDAD DEL RESULTADO
En el deporte de élite hace tiempo que ganar se convirtió en una obligación y, como si de un axioma se tratase, perder en un fracaso.
Hace años, muchos ya, cuando yo comenzaba a entrenar, tenía esa misma percepción. Seguramente por la ausencia del entendimiento que proporciona la experiencia. Emitía juicios de valor a la ligera, sin conocimiento de causa, pero con la seguridad de sentirme legitimado para ello. No tenía los datos, pero creía poseer el conocimiento.
Más tarde, cuando el tiempo pasa, las experiencias se acumulan, las decepciones son más dolorosas y mayores que los éxitos; todas ellas vividas en primera persona; miro atrás y pienso en lo atrevida que fue mi ignorancia. Aún, al día de hoy, hay veces que vuelvo a ser aquel inconsciente. Aunque el tránsito por aquel camino resulta más leve y breve.
Hace unos meses leí un estudio en el que se hablaba sobre control o la incidencia directa que tenía un entrenador en diferentes especialidades deportivas. En el caso del baloncesto suponía un 30%, el mayor de todas las disciplinas analizadas: fútbol, balonmano, voleibol, etc. Esto explica la cantidad de factores ajenos que influyen en el resultado final, tanto para bien como para mal. Y a propósito de este estudio, me vinieron un par de anécdotas a la memoria.
Transcurría la temporada 2001-02, yo ejercía de entrenador ayudante en Los Barrios, un equipo gaditano que por aquel entonces era un clásico de la LEB Oro. Las expectativas iniciales eran altas y la plantilla parecía diseñada para cumplir con ellas. Nada más lejos de la realidad. Nuestra primera vuelta fue nefasta, terminamos colistas con un pésimo balance de 4 victorias y 11 derrotas y el futuro no parecía nada halagüeño.
La segunda vuelta comenzó de manera inmejorable, ganamos nuestros dos primeros partidos y nos presentamos en Menorca con el propósito de seguir con nuestra particular escalada. Aquel espejismo duró poco tiempo, dos de nuestros jugadores se pelearon a puñetazo limpio durante el descanso. Escena que se repitió al final del partido.
El panorama no podía pintar más negro, situados en el furgón de cola junto a otros tres equipos y el equipo dividido y roto por la mitad. Como no podía ser de otro modo, el club decidió expulsar a ambos jugadores a pesar de que uno de ellos estaba considerado el mejor del equipo. El siguiente fin de semana, sin incorporar a nadie a nuestra plantilla, jugamos contra el líder, quien llegaba a Los Barrios con una única derrota. Conseguimos la victoria y, después de aquel desafortunado suceso en Menorca, logramos una racha de ocho victorias y cuatro derrotas, quedándonos a las puertas de los play off.
De nuevo en Baleares, aunque esta vez en Mallorca y la temporada siguiente, sucedió un desafortunado acontecimiento que tuvo unas consecuencias devastadoras. También con Los Barrios, pero en esta ocasión como primer entrenador y liderando la clasificación con una racha completamente opuesta a la del año anterior: ocho victorias y una derrota. La cual aumentó positivamente después de nuestro triunfo en Inca.
Tras la cena, los jugadores salieron a dar una vuelta por Palma y, cuando ya únicamente quedaban dos ellos, porque el resto había regresado al hotel, un grupo de cabezas rapadas dio una brutal paliza a uno de nuestros americanos.
A partir de aquel momento se montó un revuelo que no supimos gestionar ni institucional ni deportivamente, lo cual terminó desembocando en una dinámica que nos situó en la última jornada de liga con opciones de descender, clasificarnos para el play off o quedarnos en tierra de nadie; que fue lo que finalmente sucedió.
Aquellos acontecimientos tan próximos en el tiempo, y sucedidos en los albores de mi carrera profesional, me dieron una perspectiva completamente diferente sobre el control que tenemos los entrenadores en los equipos. Podría extenderme en unas explicaciones que, por espacio, ya no caben en este post, pero seguramente se vean desarrolladas en futuras entregas.